miércoles, octubre 26, 2005

Madrid estenopeica, segunda parte

La segunda parte de las primeras fotos estenopeicas. Aquí van:


Paseo del Prado

Calle de Toledo

Plaza de España

Jardines de Sabatini

lunes, octubre 24, 2005

Madrid estenopeica

Este fin de semana terminé con éxito mi primer experimento fotográfico estenopeico. La cámara que usé y qué es una foto estenopeica lo voy a explicar en estos días, pero por ahora vean algunos ejemplos de qué se puede sacar con esta técnica.

Catedral de Madrid - La Almudena

Jardines de Sabatini

Plaza Mayor

Museo del Prado - Puerta de Velazquez

martes, octubre 11, 2005

En medio del desierto

Como dije anteriormente, estas son las primeras palabras que escribí con intención de formar parte de una historia más grande. Cambié algunas cosas, corregí algunos errores y quedó esto, un texto parecido a aquel que nació en una tarde de otoño de 1998.

En medio del desierto

Estaba transpirando. Los inmortales soles la acribillaban con sus rayos sin dar lugar a una sombra y se encontraba, sola, en medio del desierto. ¿Cómo había llegado hasta ese inhóspito lugar? No tenía la menor idea. Comenzó a caminar, sin rumbo. La débil vista de la mujer le impedía ver el horizonte, lejano, difuminado y lleno de espejismos. Al dar cada paso sentía cómo el viento le arrojaba la fina arena en su rostro como si el ataque de un infinito ejército de mosquitos se tratara. No oía nada. El único sonido que retumbaba en sus tímpanos era el grave latido de su inquieto corazón. Mientras intentaba encontrarle sentido a tan desconcertante situación se detuvo, paralizada, con los ojos abiertos por completo mientras todas y cada una de las extensiones nerviosas de su médula espinal se activaron, casi al unísono y de abajo hacia arriba para culminar en una estremecedora y pavorosa sensación de terror. Vio un Sh’Kar, un monstruo mitológico de otras tierras, de otros mundos. Era una criatura perfecta, óptima y terriblemente encantadora en cada una de sus partes. Se elevaba por tres metros sobre la incandescente arena, con una mirada que infundía todo el miedo que una persona pudiera llegar a sentir. Los soles brillaban sobre las impenetrables escamas plateadas que cubrían el estilizado cuerpo del casi sensual animal, el depredador ideal.
A la distancia, se miraron a los ojos. Un par de ellos, tranquilos, entrecerrados y casi distraídos pero intimidadores posaban su fulminante mirada sobre los otros, temblorosos, vidriosos y parpadeantes. La mujer se dio media vuelta y con todas sus fuerzas empezó a dar los pasos mas largos de su vida, moviendo los brazos como la más eficiente locomotora, alejándose lo más rápido posible de la viva representación de la muerte. Pero no sirvió de mucho. La diferencia entre las dos criaturas era abismal. Ella, tan solo una humana, un ser que si en algún momento fue un salvaje y tuvo que enfrentarse a animales parecidos a este, dejó de serlo hace mucho tiempo. Su estado físico era muy bueno debido al ejercicio que hacía en sus momentos libres, pero no era suficiente, ningún individuo de su raza hubiera podido contra ésta bestia. Corría con tal velocidad y hacia tanto esfuerzo que cada vez que volteaba a ver al animal, parecía que perdería el equilibrio y caería estrepitosamente sobre la arena, pero al ver que el Sh’Kar se le acercaba cada vez más y más, salía disparada hacia delante aspirando por su boca y nariz todo el aire que cupiese en sus pulmones, que cada vez se expandían menos por la cantidad de arena y la temperatura del mismo. El Sh’Kar se movía de una manera muy precisa y premeditada, como si esto lo hubiera hecho miles de veces y no importara la presa que cazaría, tenía la absoluta seguridad de que todas terminarían de la misma manera y en el mismo lugar: desgarradas y bajo sus pies. La estaba alcanzando. Ella ya casi podía percibir la húmeda respiración del asesino en su nuca. Lo primero que sintió fue un fuerte tirón que la frenó casi en seco. Sintió cómo se elevaba del piso, cómo sus pies perdían contacto con la arena y ahora, en vez de avanzar, retrocedía. El Sh’Kar la tomó con una garra por su larga y rubia cabellera y con la otra apretó su cuello, el cual estaba a punto de ceder como una fina rama ante el poder del animal. Era el fin. El dolor aumentaba y la vida se escapaba. Juntó todo el aire que pudiera aspirar y desde lo más profundo de su ser transformó sus últimas fuerzas en un grito desesperado el cual nadie escucharía y que no distraería al cazador mientras terminaba lo que había comenzado. El grito lleno sus oídos cuando estos se sintieron repletos de otro sonido horrible. Un sonido de alta frecuencia especialmente diseñado para que desde el mas hermoso hasta el mas horrible de los sueños sean solo eso, un sueño. Eran exactamente las 8:30 a.m. Se despertaba, hoy, de nuevo en su casa. Del desierto soñado solo quedó el sudor frío que envolvía a todo su cuerpo.